El presidente electo Donald Trump reafirma su compromiso de proteger la industria automotriz estadounidense mediante altos aranceles a las importaciones, pero el reto es significativo: “no existe un auto 100% fabricado en Estados Unidos”.
Trump anunció planes para imponer un arancel del 25% a bienes de México y Canadá, buscando incentivar la producción nacional. Sin embargo, incluso los vehículos más “locales”, como el Tesla Model 3 o la Honda Ridgeline, solo tienen un 75% de componentes estadounidenses, y esta cifra incluye piezas canadienses bajo acuerdos comerciales actuales. Esto plantea un desafío para una industria que depende profundamente de piezas y materiales globales, desde chips electrónicos hasta componentes básicos más económicos en el extranjero.
La medida tendría un impacto directo en los precios, ya que los aranceles se trasladarían al consumidor final. Esto afectaría no solo a los vehículos ensamblados en México o Canadá, sino también a los producidos en Estados Unidos, cuyos componentes clave provienen del extranjero. Marcas como Ford, General Motors y Stellantis ya han señalado que la implementación de aranceles podría complicar sus operaciones.
Además, los aranceles propuestos por Trump, que incluyen un aumento adicional del 10% a productos de China, podrían encarecer aún más la producción, afectando tanto a autos básicos como a modelos premium. La escasez de piezas nacionales, sumada al tiempo requerido para construir nuevas plantas, haría inviable reemplazar rápidamente las importaciones.
En un mercado globalizado, los expertos advierten que la estrategia arancelaria podría encarecer significativamente los vehículos y limitar la oferta, con repercusiones en toda la industria automotriz y en general la economía que se enfrentaría a una posible escalada en los niveles de inflación.