El reloj avanza y la tensión crece en torno al presupuesto federal. Un nuevo enfrentamiento entre el presidente Donald Trump y los demócratas del Congreso amenaza con paralizar una parte significativa del gobierno a partir del 1 de octubre. La experiencia histórica demuestra que, cuando Washington se detiene, millones de estadounidenses sienten el impacto en su vida diaria, desde sus viajes hasta sus beneficios sociales.
Servicios esenciales frente a no esenciales
Durante un cierre, se establece una clara división. Los considerados esenciales —como las fuerzas armadas, el correo postal, la Seguridad Social, Medicare, Medicaid y el control aéreo— siguen en marcha. En contraste, actividades clasificadas como no esenciales, entre ellas la operación plena de los parques nacionales, se suspenden o funcionan con personal mínimo. En cierres pasados, esto se tradujo en acumulación de basura y visitantes sin servicios básicos.
Beneficios y programas sociales bajo presión
La Administración del Seguro Social continuará enviando pagos, estimados en $1.6 billones para 72 millones de beneficiarios en 2025. Del mismo modo, Medicare y Medicaid, que cubren a unos 140 millones de personas, no interrumpirán su cobertura. Sin embargo, programas como SNAP enfrentan incertidumbre. Durante el cierre de 2018-2019, el Departamento de Agricultura se vio obligado a adelantar pagos, lo que puso en riesgo la entrega de marzo. Estas situaciones reflejan la vulnerabilidad de millones de familias si el bloqueo presupuestario se extiende más de 30 días.
Viajes, trabajadores y efectos económicos
El transporte aéreo se mantiene operativo gracias a la FAA y la TSA, aunque sus empleados suelen trabajar sin recibir salarios. En 2019, la falta de controladores aéreos causó retrasos y cierres temporales en aeropuertos como La Guardia en Nueva York.
Según la Asociación de Viajes de EE. UU., el turismo pierde cerca de $1,000 millones por semana debido a interrupciones de vuelos, trenes, parques y museos. Los trabajadores federales, por su parte, enfrentan la posibilidad de despidos definitivos, a diferencia de los cierres anteriores donde recibieron pagos retroactivos.
La historia contabiliza 21 cierres federales desde 1977, con un promedio de ocho días de duración. El más largo, bajo Trump, se prolongó 35 días entre diciembre de 2018 y enero de 2019. Aquel episodio mostró cómo la parálisis puede alterar rutinas cotidianas y tensar la economía nacional.
Para la comunidad latina en EE. UU., un cierre gubernamental no solo implica retrasos y burocracia: puede significar incertidumbre en el acceso a programas sociales, afectando de manera directa a familias trabajadoras que dependen de ayudas como SNAP o de servicios de salud pública.
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