La disputa entre el presidente Donald Trump y su homólogo colombiano, Gustavo Petro, pone en la mira las tensiones migratorias y comerciales que marcaron el inicio del segundo mandato de Trump. Aunque ambos líderes presentaron sus acciones como victorias, la realidad del conflicto deja dudas sobre quién salió realmente fortalecido.
La crisis comenzó cuando Colombia revocó el permiso para que dos aviones militares estadounidenses aterrizaran con migrantes deportados. Trump respondió con una amenaza de imponer aranceles del 25%, que podrían escalar al 50%, y sanciones de visas contra funcionarios colombianos. “No permitiremos que violen sus obligaciones legales”, declaró Trump en su plataforma Truth Social. Por su parte, Petro aseguró que no aceptaría “el trato degradante a nuestros compatriotas” y prometió represalias arancelarias.
Tras negociaciones de último minuto, la Casa Blanca anunció que Colombia había accedido a aceptar los migrantes sin restricciones, aunque Petro insistió en que el regreso se haría en condiciones dignas y con aviones comerciales. “Recibiremos a nuestros compatriotas con respeto, no como criminales”, afirmó Petro en X. A pesar de ello, la Casa Blanca mantuvo las restricciones de visas como medida de presión.
Mientras tanto, Trump intensificó las redadas migratorias en ciudades como Chicago, Los Ángeles y Houston, con más de 900 arrestos en un solo día. Estas acciones subrayan su compromiso con promesas de campaña centradas en la inmigración ilegal, aunque han generado miedo entre comunidades migrantes.
El conflicto refleja tensiones más amplias entre Washington y gobiernos de izquierda en América Latina. Aunque Trump logró imponer sus condiciones iniciales, Petro consiguió proyectar una narrativa de resistencia ante la presión estadounidense. Este pulso deja en evidencia la fragilidad de las relaciones entre ambos países y la complejidad del debate migratorio.