Gigantes de la industria alimentaria parecen haber entrado en una carrera por demostrar quién abandona primero los aditivos sintéticos. Y ahora fue el turno de Nestlé, que promete eliminar los colorantes artificiales de todos sus productos en Estados Unidos para 2026.
El cambio inicia en países desarrollados
La empresa suiza informó que lleva una década trabajando en esta transformación y que actualmente el 90% de su portafolio en EE. UU. ya está libre de estos ingredientes. Sin embargo, entre los productos que aún los contienen figura la popular leche Nesquik Banana Strawberry, elaborada con Rojo 3, un tinte prohibido desde enero por los reguladores estadounidenses tras años de polémica por sus posibles vínculos con el cáncer.
El anuncio llega días después de que Kraft Heinz y General Mills revelaran planes similares, apuntando a 2027 como fecha límite para deshacerse de los colorantes sintéticos en sus productos. En el caso de General Mills, el compromiso incluye también los alimentos servidos en escuelas primarias y secundarias. “Servir y deleitar a la gente es la base de todo lo que hacemos y de cada decisión que tomamos”, afirmó Marty Thompson, director ejecutivo de Nestlé en EE. UU.
California y West Virginia han prohibido ya los colorantes artificiales en las escuelas, y Texas irá más allá con una nueva etiqueta de advertencia para 2027. Además, desde la llegada del presidente Donald Trump, la administración federal ha endurecido la vigilancia sobre estos aditivos. En abril, el secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr., y el comisionado de la FDA, Marty Makary, confirmaron que trabajan para erradicar los colorantes sintéticos antes de que finalice 2026.
Una encuesta reciente de AP-NORC revela que dos tercios de los estadounidenses respaldan esta cruzada contra los ingredientes artificiales. En este contexto, Nestlé no quiere volver a fallar: ya había prometido en 2015 eliminar los aditivos sintéticos, pero no cumplió del todo. Esta vez, el reloj corre. Y los consumidores están observando.
Nestlé ha implementado políticas para eliminar colorantes artificiales fuera de Estados Unidos. En Europa, por ejemplo, la empresa sustituyó los colorantes sintéticos en productos como Smarties por alternativas naturales a partir de 2006, debido a preocupaciones sobre posibles efectos adversos en la salud infantil. En Canadá, la empresa ha optado por utilizar colorantes naturales en sus productos. También en Australia y Nueva Zelanda, donde ciertos colorantes artificiales están prohibidos, se han actualizado sus formulaciones en consecuencia.
¿Qué pasa con el uso de colorantes en Latinoamérica y el resto de países en vía de desarrollo?
Hasta el momento, Nestlé no ha hecho público ningún compromiso concreto para eliminar los colorantes artificiales en los productos que comercializa en países en desarrollo. Las medidas más visibles en este sentido se han concentrado en Estados Unidos, donde la compañía prometió retirar estos aditivos sintéticos de su portafolio para mediados de 2026.
En otras regiones, como América Latina, no hay declaraciones puntuales de la multinacional que indique que se estén aplicando políticas similares. Aunque Nestlé ha dado algunos pasos hacia fórmulas más naturales en ciertos productos y territorios, no existe evidencia de una estrategia global que también priorice la eliminación de colorantes sintéticos en países del llamado “Tercer Mundo”.
La decisión de ampliar esta medida probablemente dependerá de la regulación local, la presión del consumidor y los objetivos comerciales de la empresa en cada mercado.
Es un descarado ejemplo de intereses económicos sobrepuestos a la salud pública, sin embargo, no es la única industria que promueve estas prácticas inhumanas. En el sector automotriz, a hoy, muchas de las medidas de seguridad que salvan vidas en países desarrollados, siguen ausentes y causando muerte en países en vía de desarrollo, y la única razón es la avaricia de gigantescas empresas que ven a sus consumidores como simples cifras, y es una filosofía que ha permeado a prácticamente todas las industrias, incluso a los reguladores gubernamentales que deberían proteger a los ciudadanos, a los mismos que con sus impuestos les financian esperando que velen por su bienestar.
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