Un paseo por Europa ya no es tan accesible como parecía hace un año. La caída del dólar estadounidense, que ha registrado su peor primer semestre en más de medio siglo, ha comenzado a sentirse en los bolsillos de los viajeros.
La moneda cayó 13% frente al euro y 6% frente al yen japonés, cambiando radicalmente el panorama para quienes habían planeado viajar al extranjero este verano.
“Podría estar inclinado a limitar lo que recibimos”, admitió Albert Tartaglia, un contador de Indianápolis que partió a España con la intención de abastecerse de delicias locales. Lo que antes era una compra impulsiva ahora requiere cálculo.
El retroceso del dólar ha sido atribuido a varios factores: políticas comerciales de la administración Trump, una creciente deuda nacional y una reducción de la diferencia entre tasas de interés de EE. UU. y otras economías. Aunque esta depreciación beneficia a las exportaciones estadounidenses y fortalece las acciones extranjeras para los inversores locales, complica seriamente el turismo internacional.
Brandon Lowery, profesor en Houston, viajó con su familia a Escocia y sintió el impacto directamente: “Para cuatro personas, ese pequeño aumento porcentual comienza a aumentar cuando llega a la tarjeta de crédito”, comentó tras ver cómo la libra pasó de $1.25 a $1.35.
No obstante, el deseo de viajar no se ha frenado. Según Deloitte, una cuarta parte de los consumidores aún planeaba viajar al extranjero este verano. Trish Smith, asesora de viajes, lo confirma: “Muchas veces dicen: ‘Es un viaje que teníamos en mente, vamos de todos modos’”.
A pesar de las dificultades, el debilitamiento del dólar también ha hecho que fondos como el de Vanguard suban 17%, casi triplicando el 6.6% del S&P 500, ofreciendo al menos una compensación para quienes saben dónde invertir.
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