En todo el país comienzan a surgir señales de una reflexión colectiva sobre la forma en que los estadounidenses compran, impulsada por un clima político y económico que ha puesto bajo presión prácticas instaladas por décadas. La conversación ya no gira únicamente en torno a precios o tendencias, sino sobre la posibilidad real de que un viejo modelo de consumo esté llegando a un punto de quiebre.
El presidente Donald Trump ha colocado ese debate en el centro con su política arancelaria, que elevó la tasa efectiva promedio sobre bienes importados del 2.5% al 13%, el nivel más alto desde 1941.
En medio de críticas, el presidente respondió con una frase que desató polémica: “Tal vez los niños tengan dos muñecas en lugar de 30”. El mensaje apuntaba a una cultura acostumbrada a cargamentos constantes de mercancía barata, especialmente desde China y Vietnam. De acuerdo con AlixPartners, categorías clave de productos de bajo costo exportados a EE.UU. sumaron cerca de $176,000 millones en 2025.
Para muchos, estos cambios han expuesto hasta qué punto se ha arraigado la gratificación inmediata vinculada al consumo. Stephanie Preston, profesora de la Universidad de Michigan, explicó que cada compra activa “una descarga de dopamina que nos produce bienestar”, aunque el efecto desaparece rápido y empuja a la siguiente adquisición.
Consumidores jóvenes, como la influencer Ava Vancour, empiezan a notar esa dinámica. “No necesito comprar un millón de cosas”, afirmó tras ver caer drásticamente las visualizaciones de sus tradicionales videos de compras.
Aun con la presión de precios, algunos compradores intentan modificar hábitos. Kay Washburn, de Rohnert Park, aseguró que quiere contribuir al cambio: “Tiene que haber un punto medio en algún lugar”. Para ella, abandonar las aplicaciones de compras se ha vuelto un ejercicio de disciplina casi diaria.
En un país donde el consumo representa un pilar económico, lo que ocurra ahora podría marcar un giro profundo en la relación entre ciudadanos, precios y productos en un mercado que parece obligado a replantearse su propio ritmo.
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