Las investigaciones oficiales sobre accidentes aéreos suelen avanzar con cautela, pero en ocasiones una admisión directa cambia el tono del debate público y judicial, especialmente cuando el impacto humano ha sido tan profundo como en este caso.
El gobierno de Estados Unidos admitió su responsabilidad en la colisión entre un helicóptero Black Hawk del Ejército y un avión regional de American Airlines, un choque que causó la muerte de 67 personas. En un documento presentado ante un tribunal federal, el Departamento de Justicia señaló: “Estados Unidos admite que tenía un deber de cuidado hacia los demandantes, el cual incumplió, causando así directamente el trágico accidente del 29 de enero de 2025”.
El accidente ocurrió la noche del 29 de enero, cuando el avión de American Airlines se aproximaba al Aeropuerto Nacional Ronald Reagan de Washington y colisionó en el aire con el helicóptero militar sobre el río Potomac. Ambas aeronaves se precipitaron al agua, sin sobrevivientes, en lo que se convirtió en el peor desastre aéreo en el país desde 2001.
La tragedia desencadenó una revisión inmediata de los protocolos de vuelo en uno de los espacios aéreos más congestionados de Estados Unidos. Las autoridades impusieron nuevas restricciones a los vuelos de helicópteros alrededor del aeropuerto, una zona donde convergen operaciones civiles, militares y gubernamentales de alta sensibilidad.
American Airlines figura como demandada en la acción legal presentada por familiares de una de las víctimas, aunque la compañía no emitió comentarios tras conocerse la admisión del gobierno. El reconocimiento de responsabilidad federal podría tener implicaciones significativas en el proceso judicial y en futuras reclamaciones.
Más allá de los tribunales, el caso deja una herida abierta y refuerza la presión para replantear cómo se gestionan los riesgos en espacios aéreos complejos, donde un solo error puede tener consecuencias irreversibles.
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