La nueva ola de aranceles impuesta por Donald Trump en febrero de 2025 ha desatado una tormenta de incertidumbre económica. Aunque están dirigidos a México, Canadá y China, múltiples análisis sugieren que el verdadero impacto recaerá en los consumidores y empresas estadounidenses. La pregunta clave es: ¿quién terminará pagando la factura de estas medidas proteccionistas?
Empresas e Importadores en la Mira
Según The Wall Street Journal, los importadores estadounidenses son los primeros en sentir el golpe. Al ingresar productos extranjeros al país, deben pagar los aranceles, lo que eleva sus costos operativos. Pero las empresas no están dispuestas a absorber esas pérdidas, por lo que transfieren esos costos a los consumidores a través de aumentos en los precios. En otras palabras, los ciudadanos comunes terminarán pagando más por productos esenciales, desde alimentos hasta electrónicos.
Consumidores, las Víctimas Silenciosas
El Time advierte que los aranceles, lejos de fortalecer la economía nacional, suelen traducirse en precios más altos en el mercado interno. En 2018, una medida similar llevó a un aumento del 16% en el precio de algunos bienes importados. Ahora, los expertos temen una repetición del mismo fenómeno, afectando el bolsillo de millones de estadounidenses.
La Revancha de Canadá, México y China
El impacto no se detiene en EE.UU. The Guardian reporta que México y Canadá han anunciado aranceles de represalia sobre productos estadounidenses, lo que podría reducir las exportaciones y afectar a industrias clave, desde la agricultura hasta la manufactura. A su vez, China ha advertido que buscará alternativas comerciales fuera del mercado estadounidense, dejando a empresas de EE.UU. sin acceso a un mercado clave.
¿Un Juego de Alto Riesgo?
Si bien Trump justifica estas medidas como una estrategia para proteger la industria estadounidense, la historia demuestra que las guerras comerciales suelen tener efectos boomerang. En este caso, lo que parece un golpe a competidores internacionales podría convertirse en un dolor de cabeza para el propio consumidor estadounidense.
La gran pregunta es: ¿vale la pena el sacrificio?