En plena escalada de la guerra arancelaria impulsada por Donald Trump, una reciente decisión del mandatario ha dejado al descubierto lo que muchos analistas ya consideraban su mayor punto débil: la presión de Wall Street y de las grandes compañías tecnológicas estadounidenses.
Esta semana, la Casa Blanca anunció una sorpresiva exención arancelaria para ciertos componentes tecnológicos importados desde China, una medida que contradice la retórica nacionalista y proteccionista que Trump ha defendido desde su regreso al poder.
Según fuentes cercanas al entorno presidencial, la presión ejercida por gigantes como Apple, Nvidia y Microsoft ha sido determinante. Las empresas, afectadas por los altos costos y la incertidumbre del mercado, habrían advertido sobre el riesgo de una caída prolongada en el valor de sus acciones y su impacto en la economía nacional. El índice Nasdaq, que había mostrado señales de inestabilidad, se recuperó levemente tras conocerse la exención.
Esta aparente marcha atrás ha sido interpretada por observadores internacionales como una señal de debilidad estructural en la estrategia económica de Trump.
Putin y Xi Jinping, líderes de Rusia y China respectivamente, ya estarían tomando nota. Ambos saben que la bolsa de valores y los intereses de los billonarios estadounidenses pueden inclinar la balanza más que cualquier argumento geopolítico.
“Trump se presenta como un líder firme, pero cuando los grandes capitales hablan, él escucha”, afirmó Mei-Lin Zhao, experta en comercio internacional en la Universidad de Pekín. “Eso le da a Xi una vía de presión silenciosa pero efectiva”.
En este nuevo escenario, la guerra comercial ya no solo se libra entre países: también se juega en los pasillos de Silicon Valley y en las torres de Wall Street.
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