El escenario parecía inofensivo: un almuerzo en el Presidio de San Francisco, a pocos kilómetros del lugar donde nació OpenAI. Sin embargo, entre platos de tapas, Sam Altman dejó claro que la batalla tecnológica más importante de la era moderna no se libra en restaurantes ni en conferencias, sino en los laboratorios de inteligencia artificial de Estados Unidos y China.
El director ejecutivo de OpenAI no disimuló sus temores y advirtió que el país está subestimando la magnitud del desafío. Para él, reducir el debate a controles de exportación resulta ingenuo, porque la competencia no se define solo por el acceso a chips.
Explicó que el desarrollo tiene capas: investigación, producto y capacidad de inferencia, donde China podría avanzar con mayor rapidez. De ahí su escepticismo frente a las restricciones impuestas a la venta de GPU, al considerar que Pekín podría construir fábricas o encontrar salidas alternativas.
Las tensiones se han intensificado desde que la administración Biden aplicó limitaciones a la exportación de semiconductores, decisión que Donald Trump llevó más lejos al suspender por completo la entrega de chips avanzados. La excepción llegó hace apenas unas semanas, cuando se permitió un esquema “seguro para China” que obliga a Nvidia y AMD a ceder 15% de sus ingresos al gobierno federal. Aun así, los gigantes tecnológicos de ese país, como Huawei, fortalecen sus alternativas nacionales, poniendo en duda la eficacia de las sanciones.
El pulso también ha impactado la estrategia de OpenAI. Durante años se resistió a abrir sus modelos, pero la presión de competidores chinos como DeepSeek la llevó a publicar gpt-oss-120b y gpt-oss-20b, versiones de peso abierto que marcan un giro estratégico. Altman reconoció que si no lo hacían, el ecosistema global podía construirse sobre bases chinas.
No obstante, la iniciativa despertó críticas. Algunos desarrolladores la consideran insuficiente por haber limitado capacidades clave. Altman lo justificó señalando que los modelos fueron optimizados para agentes de codificación locales, aunque dejó la puerta abierta a ajustes futuros si la demanda global cambia.
Con Estados Unidos atrapado en un esquema fragmentado de controles y con China avanzando en alternativas propias, el mensaje de Altman resulta inquietante: la verdadera competencia no es quién tiene más chips, sino quién logra diseñar el futuro de la inteligencia artificial.
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