El Caribe vuelve a convertirse en escenario de una creciente tensión militar. Tres destructores estadounidenses se dirigen a las costas de Venezuela como parte de una ofensiva contra carteles de droga en América Latina impulsada por el presidente Donald Trump. Sin embargo, la magnitud del despliegue y la retórica en Washington despiertan sospechas sobre si se trata únicamente de disuasión o del preludio de una acción más directa.
Un despliegue sin precedentes
Según explicó Raúl David Chávez Millán, productor ejecutivo de Comercio TV, la operación involucra “más de 4,000 marines y marineros”, un avión de vigilancia P-8 Poseidón y un submarino de ataque. Los destructores del sistema AEGIS poseen capacidad para lanzar misiles de crucero Tomahawk, realizar guerra electrónica y desplegar tropas. “No solamente es una demostración de fuerza, es realmente una infraestructura completa de proyección táctica y operativa”, afirmó.
Oficialmente, la misión se enmarca en la lucha antidrogas. Sin embargo, la escala del movimiento encaja con escenarios de intervención limitada como los que EE. UU. ejecutó en el pasado en Medio Oriente. A la par, Washington duplicó la recompensa por Nicolás Maduro de $25,000,000 a $50,000,000 y lo calificó como “jefe del cartel de los soles”. La Casa Blanca incluso lo declaró “usurpador” y “aliado de terroristas”, reforzando un marco legal que podría habilitar acciones militares sin pasar por el Congreso bajo la doctrina de autodefensa preventiva.
Escenarios de riesgo
El factor de mayor peligro está en la cercanía de las maniobras a aguas territoriales venezolanas. Aunque los buques navegan en espacio internacional, “cualquier incidente, como el sobrevuelo de un avión no identificado, puede escalar el conflicto y provocar un choque accidental”, advirtió Chávez. Caracas respondió desplegando lo que asegura son 4.5 millones de milicianos y endureciendo su retórica sobre la soberanía nacional.
La posibilidad de un error de cálculo preocupa a analistas de derecho internacional, pues un enfrentamiento entre fuerzas venezolanas y estadounidenses podría desencadenar reacciones impredecibles con impacto regional.
Política interna y geopolítica
Trump ha vinculado la narrativa antidrogas con la crisis del fentanilo en EE. UU., utilizando el tema como bandera de seguridad interna. “Todo esto convierte una agenda internacional en un tema de campaña”, explicó Chávez, recordando que las elecciones de medio término están próximas. Senadores republicanos como Marco Rubio y María Elvira Salazar ya han pedido abiertamente “salir de la dictadura de Maduro”.
Mientras tanto, Venezuela mantiene un rol clave en la geopolítica energética. Trump ha extendido licencias a Chevron para operar en el país, aunque el riesgo de que Rusia y China capten su petróleo añade presión estratégica. Ante este tablero, Washington parece medir tanto la reacción de Caracas como la del electorado estadounidense.
“Cuando el río suena, piedras trae”, concluyó Chávez, subrayando que, aunque no se habla aún de invasión, la tensión actual abre un escenario de máxima incertidumbre en el Caribe.
Probabilidad de una invasión
Aunque el clima de tensión entre Washington y Caracas se ha intensificado con maniobras militares en el Caribe y la retórica de “todas las opciones sobre la mesa”, una invasión directa de Estados Unidos contra Venezuela luce poco probable. Una operación de ese tipo exigiría un despliegue masivo de tropas, enormes costos de reconstrucción y un costo político internacional que superaría los beneficios. La estrategia actual parece enfocarse más en sanciones, presión diplomática y el debilitamiento interno del régimen de Maduro que en un desembarco militar. En ese sentido, la intervención armada sigue siendo más un recurso disuasivo en el discurso que un escenario real en la práctica.
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