El pánico y la incertidumbre se han apoderado de miles de hogares latinos en Estados Unidos tras una serie de redadas migratorias ejecutadas en varias ciudades importantes. Agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) irrumpieron en vecindarios, negocios y viviendas, dejando tras de sí un rastro de familias destruidas y comunidades sumidas en el miedo.
Nueva York, Los Ángeles y Chicago fueron algunos de los epicentros de esta operación gubernamental que, bajo la justificación de capturar a inmigrantes con antecedentes penales, terminó afectando a personas trabajadoras y sin historial delictivo.
Padres que salieron temprano a sus empleos jamás regresaron a casa, niños fueron recogidos en la escuela por vecinos o familiares improvisados, mientras madres desconsoladas lloraban frente a las cámaras de los noticieros pidiendo respuestas y justicia.
Las imágenes de los arrestos han estremecido al país. En un video difundido por redes sociales, se ve a un hombre esposado en la puerta de su casa mientras su hija de cinco años grita su nombre y se aferra al uniforme de un oficial. “¡No se lo lleven! ¡Es mi papá!”, se escucha sollozar a la pequeña, en una escena que ha despertado la indignación de miles de ciudadanos que rechazan estos operativos.
Los Angeles Times reportó que en algunos barrios de California, el temor fue tal que muchas escuelas registraron ausencias masivas, ya que los padres prefirieron mantener a sus hijos en casa por miedo a que también fueran separados. Tiendas y restaurantes latinos operaron con menos personal, mientras organizaciones comunitarias trataban de ofrecer apoyo legal y refugio a quienes lo necesitaran.
Desde la Casa Blanca se ha defendido la medida como una acción para hacer cumplir las leyes migratorias. Sin embargo, defensores de los derechos humanos han calificado las redadas como una “cacería humana” que no solo persigue a indocumentados, sino que desgarra el tejido social de comunidades enteras.
Mientras los números de arrestos siguen aumentando, el impacto humano de estas redadas se mide en lágrimas, en habitaciones vacías, en cenas familiares con sillas que nunca volverán a ocuparse. La comunidad latina vive días oscuros, aferrándose a la esperanza de que este capítulo de terror termine antes de que más familias sean arrancadas de sus seres queridos.