En 1996, Nvidia, una empresa tecnológica emergente, se enfrentaba a una situación crítica. Habían invertido en un contrato con Sega para fabricar chips para consolas de juegos, pero este contrato se vino abajo, dejando a la compañía al borde del colapso.
La estrategia hasta entonces había sido construir chips de bajo costo que se diferenciaban del resto de la industria, pero esta estrategia resultó ser un fracaso técnico y comercial. Además, el lanzamiento de la interfaz de software DirectX por parte de Microsoft creó un estándar incompatible con los chips de Nvidia.
Ante esta crisis, el CEO y cofundador de la empresa, Jensen Huang, tomó una decisión difícil pero crucial: admitir el error y pedir ayuda. Él se sinceró con Sega, diciéndoles que buscaran otro socio, y les pidió que pagaran el contrato completo para que Nvidia pudiera sobrevivir. Sorprendentemente, Sega estuvo de acuerdo, lo que le dio a la compañía seis meses más de vida.
Con el dinero del contrato, pudo desechar sus esfuerzos anteriores y desarrollar un nuevo chip, el RIVA 128, que resultó ser un éxito. Este chip era compatible con DirectX y ofrecía resoluciones gráficas más altas que sus competidores, lo que llevó a Nvidia a vender más de 1 millón de unidades en solo cuatro meses en 1997. Este éxito marcó un punto de inflexión para la empresa y sentó las bases para su ascenso como uno de los líderes en la industria de los chips gráficos.
La lección clave de esta historia, según el CEO, es la importancia de admitir los errores y pedir ayuda cuando sea necesario. Aunque puede ser difícil para los líderes brillantes y exitosos, como él mismo, reconocer sus errores y ser humildes, Huang enfatiza que este enfoque puede ser fundamental para salvar a una empresa en tiempos difíciles.
En última instancia, enfrentar el error y pedir ayuda fue lo que salvó a Nvidia de la bancarrota y sentó las bases para su éxito futuro.