El rumor corría por pasillos y chats internos desde el amanecer: algo más que licencias sin sueldo estaba en marcha. Horas después, la Casa Blanca confirmó el movimiento que nadie quería leer en pantalla: la podadora había llegado a la nómina federal. No fue un memo técnico; fue una jugada con carga política que cambia el tono del cierre y redibuja las líneas de presión en Washington.
Un recorte inédito en tiempos de cierre
Russell Vought, director de la OMB, anunció que las “reducciones de personal” ya comenzaron y que el ajuste sería “sustancial”. Documentos presentados ante un tribunal en San Francisco hablan de más de 4,000 avisos, con impactos en HHS, Energía, Seguridad Nacional, Educación, Tesoro, Comercio y HUD. En HHS, más de 1,100 empleados recibieron notificaciones; el vocero del departamento dijo que algunos puestos “contradecían la agenda de hacer a Estados Unidos más saludable”.
La administración explora vías legales para proteger el pago de las tropas, mientras avanza en su tesis de adelgazar el Estado en medio del pulso presupuestario.
Una escalada con consecuencias legales y económicas
Demócratas y sindicatos cuestionan la legalidad de los despidos durante un cierre, figura que no se aplicó en episodios previos. Dos gremios pidieron a un tribunal en California una orden de restricción temporal para frenarlos.
En el Capitolio, la parálisis persiste: demócratas exigen negociar paquetes de salud por cientos de miles de millones, y los republicanos condicionan cualquier diálogo a aprobar su proyecto puente hasta el 21 de noviembre.
En paralelo, la OMB ya congeló fondos a ciudades demócratas: $18,000 millones en infraestructura para New York City y $2,100 millones para Chicago, una señal de que el cierre también se libra a nivel territorial. El telón de fondo es inequívoco: la administración busca reducir plantilla y reordenar prioridades sin esperar a que el Senado desbloquee la financiación.
Fisuras en la coalición oficialista y pulso a la opinión pública
No todo es disciplina interna: líderes republicanos del Senado han sugerido prudencia y defienden salarios atrasados para todos los trabajadores, mientras advierten del costo político de despidos en masa. Pero la Casa Blanca endurece el relato y personaliza responsabilidades, convencida de que la presión sobre bastiones demócratas forzará una salida.
El costo humano empieza a vislumbrarse: cientos de miles siguen en licencia, otros trabajan sin cobrar, y ahora miles encaran la pérdida del empleo. Con el cierre en su segundo fin de semana, la presión se traslada a mercados, contratistas y servicios críticos, mientras crece la incertidumbre sobre cuánto puede estirarse la cuerda sin dañar la confianza y la operatividad del sector público.
Para la comunidad latina en EE. UU., este choque implica riesgo directo: empleo público y contratistas en áreas de salud, educación y logística; retrasos en beneficios; y presión sobre presupuestos familiares. Un acuerdo rápido que garantice salarios atrasados y estabilidad operativa sería clave para evitar que la factura recaiga, otra vez, en los hogares más vulnerables.
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